sábado, 1 de mayo de 2010

Reportaje al compañero Dvorkin

Me tomo el atrevimiento de copiar y pegar el reportaje que Alelí Jait, de FEDUBA, le hizo a Eduardo Dvorkin, quien es profesor de la Facultad de Ingeniería de la UBA, y responsable de la Comisión de Carta Abierta Desarrollo Tecnológico


En el marco de las entrevistas realizadas a actores claves del mundo académico, FEDUBA entrevistó a Eduardo Dvorkin, Profesor Titular de Mecánica Computacional en el departamento de Ingeniería Mecánica de la Facultad de Ingeniería de la UBA. (Producción: Alelí Jait).

¿Qué modificaciones deberían realizarse para retomar el proyecto universitario basado en la excelencia académica, que tuvo lugar entre 1958 y 1966, y que fue suspendido por la dictadura del momento y los gobiernos posteriores?

El marco internacional y nacional de la Reforma Universitaria: la Revolución Rusa y el Yrigoyenismo, respectivamente, marcaban direcciones de “des-aristocratización”. Los estudiantes cordobeses que se alzaron en 1918 contra la oscuridad clerical y contra una concepción anti-científica de la universidad, nos legaron a los universitarios principios imprescindibles.

Desde el ’18 el movimiento universitario, heredero del reformismo aún cuando muchas veces no se autodefinió como tal, se desarrolló intentando convertir la universidad en la palanca para cambiar el país. Falsas dicotomías entre excelencia académica y progresismo político oscurecieron y oscurecen muchas veces la elaboración de políticas universitarias.

El único intento sostenido de proyecto universitario, en que la excelencia académica fue un objetivo explícito, fue el desarrollado entre los años ’58 al ’66 en que se intentó edificar una universidad pública de excelencia científica, cuyo punto más destacado, en lo que hace a las ciencias duras, fue la FCEN de la UBA. La llamada “universidad reformista” no sólo fue notable científicamente sino que a la vez influyó políticamente sobre el país en su conjunto, levantando banderas democráticas y de desarrollo autónomo. Esta política universitaria no careció de fuertes opositores dentro mismo de las filas reformistas, los que acuñaron el mote de “cientificismo” para descalificar esta visión.

El largo camino que el movimiento universitario argentino debió recorrer enfrentando dictaduras y autoritarismos hizo que banderas de lucha coyunturales, perdidas en el tiempo las motivaciones que las justificaron originalmente, se cristalizasen como íconos religiosos.

En la actual etapa “normal” de la historia del país es esperable que las universidades aseguren que los fondos que la sociedad empeña en ellas retornen a la sociedad con la formación de científicos y profesionales de primer nivel y con el desarrollo de una investigación científica de excelencia que además sirva de base para un desarrollo tecnológico autónomo.

Hoy hay condiciones para que la excelencia académica sea finalmente el objetivo que guíe la política universitaria. Pero para ello es necesario atreverse a debatir, sin condicionamientos, temas cuya sola mención abre, como en las religiones, la sospecha de herejía:

¿Cómo asegurar la autonomía académica de las universidades permitiendo simultáneamente que la sociedad, a través de sus instituciones democráticas, defina para ellas funciones en el proyecto nacional?

¿El gobierno tripartito ó cuatri-partito en que complejas decisiones académicas se deben tomar necesariamente con el voto de alumnos y no docentes es compatible con el rol que se espera de las universidades? ¿Cómo asegurar la dualidad imprescindible en el gobierno universitario: combinar la libre expresión de todos con la priorización, en los asuntos académicos, de la opinión basada en el conocimiento?

¿Una universidad en que decisiones sobre modificaciones de planes de estudio y aún de simples programas de materias deben ser aprobados por órganos colegiados tri ó cuatri-partitos actuando en cascada, puede mantener esa operatoria en tiempos de cambios tecnológicos acelerados?

¿El ingreso irrestricto a la universidad es realmente la herramienta adecuada para lograr la imprescindible inclusión social?

La necesaria orientación de la matrícula, para intentar satisfacer las necesidades de la sociedad, implica favorecer algunas disciplinas por sobre otras. ¿Cómo poder hacerlo en el actual esquema de gobierno universitario?

¿Cómo articular la libre investigación universitaria con el incremento del valor agregado de nuestra producción y con la creación de nuevas fuentes de trabajo?

Una enorme cantidad de situaciones nuevas y de falla de algunos conceptos de la liturgia reformista para resolverlas hace necesario repensar la universidad con fuerte libertad conceptual.



¿Se puede pensar en desarrollar un país sin desarrollar la ciencia y la tecnología?

Si definimos como desarrollo simplemente el crecimiento del PBI, creo que la respuesta es afirmativa. Sin embargo creo que esa es una visión para nada satisfactoria del desarrollo.

Si nos referimos a una visión más adecuada del desarrollo, es decir crecimiento del PBI pero además crecimiento del valor específico de nuestra producción, creación de trabajo de calidad y consecuentemente mejora sensible en la distribución del ingreso, entonces llegamos a la conclusión de que no es posible desarrollar un país sin desarrollar la ciencia y la tecnología.



¿Es posible imaginar un desarrollo científico-tecnológico sin un fuerte compromiso y participación del estado?

El estado es el motor fundamental del desarrollo científico-tecnológico. En lo que sigue intentaré recapacitar sobre el impacto de este crecimiento de la inversión gubernamental en C&T sobre el desarrollo tecnológico del país, partiendo de algunas consideraciones esenciales:

La inversión en ciencia no necesita justificarse en base a su impacto sobre la tecnología, dado que la elevación el nivel científico del país es un fin en si mismo.

El desarrollo tecnológico significa elevar la calidad de los trabajos que desarrolla la población, con la consecuente tracción sobre nivel ocupacional, la educación, la investigación científica y el nivel de ingresos.

El desarrollo tecnológico del país implica la utilización de saberes locales en el desarrollo de productos de mayor valor agregado, porque está claro que la propiedad del conocimiento implica la propiedad de las ganancias.

La elevación del nivel de desarrollo tecnológico del país requiere el concatenamiento de la actividad de universidades, centros de I+D básicos, centros de I+D industriales, empresas de tecnología y plantas productivas.

El circuito conformado por la CNEA, el Instituto Balseiro, el Instituto Sábato, el INVAP y la CONAE constituye el único caso hoy existente en el país en el que este concatenamiento se ha concretado exitosamente.

Si analizamos lo que sucede en otros países vemos que son las empresas y agencias estatales las que invariablemente motorizan el desarrollo tecnológico. Grandes inversiones, prolongados plazos de retorno del capital y altos niveles de riesgo empresario resultan incompatibles con la necesidad de mostrar resultados en períodos fiscales.

En USA los motores del desarrollo son las agencias de energía, de defensa, el instituto nacional de la salud; en la Europa comunitaria los fondos de la UE, en nuestro vecino Brasil el concatenamiento de grandes empresas controladas por el estado como Petrobras con las universidades nacionales.

En nuestro país, en que el sector estatal de la economía fue deshecho, el desarrollo tecnológico requiere como condición previa su regeneración.



¿Cómo resolver la tensión entre la formación profesional según la demanda del mercado y la formación académica de excelencia?

Creo que uno de los dramas actuales de nuestra Universidad es que bajo una fachada progresista, las políticas universitarias son políticas neo-liberales:

Es el “mercado” el que decide en nuestras universidades la conformación de la matrícula y por lo tanto el tamaño de las diferentes unidades académicas. Modas pasajeras y “humores sociales” reemplazan lo que debe ser una obligación del estado: asegurarse que los recursos sociales sean invertidos de la forma que resulten de mayor utilidad social.

La baja de los estándares académicos es la contracara del punto anterior. Este es un problema compartido con la enseñanza primaria y secundaria.

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