Esa madrugada llegamos a Hiroshima. Nunca sabré qué cosas despertaría dentro tuyo ese nombre. Esa cultura, esa historia eran las tuyas, no las mías. Pero estabas ahí, acompañándome. Leyendo los carteles. Emocionándome con las pequeñas historias que están regadas en esa ciudad. Sin preguntar. Sin pretensiones. Pluma Roja con el aruzenchin gaijin.
Sabía de los genbakusha, la gente de la bomba. Los sobrevivientes y su descendencia, sospechada de llevar el gen torcido, el golpe de la Bomba. Del Enola Gay. De Paul Tibbets. Del decaimiento del Uranio 235.
Y la ciudad. Tan japonesa, pero tan distinta. Un poco sobrenatural. Esa atmósfera que envuelve todo. De querer parecer viejo e igual al resto. Pero no. Esa idea de "aquello fue aqui" flota por todos lados. Encontramos el genbaku-dome, que es la conocida "postal" de la Explosión.
Al fin llegamos adonde quería. La Bomba explotó aquí, sobre nuestras cabezas. Acabamos de encontrar el hipocentro. La reacción en cadena empezó a 600 metros de altura, sobre este pequeño monolito. Es igual a lo que había imaginado de chico al leer la crónica del periodista de 7 Días, después de más de veinte años.
Luego los trozos de cerámica fundidos en los monolitos de la costanera. Las pajaritas de papel en tiras enormes que son el único recuerdo de los niños y adolescentes volatilizados en aquel verano del '45 en esta isla.
Es tan dificil hablar. Una visita al Museo de la Paz. Las imágenes clásicas. El hombre vaporizado. El triciclo derretido. Y las fotos de las atrocidades del imperialismo japonés. La violación de Nankin. Las masacres en Shangai. Dificil hablar, dificil no acongojarse, sentir el nudo en la garganta. Dificil no sentir la angustia que los habrá inundado, el no saber qué fue. El no saber qué remedios. El no saber cómo apagar el incendio de los cuerpos.
Ney nos acompaña en esa congoja por los pobres tipos que la ligaron, sin llegar a saber por qué estaban ahí ese 6 de agosto. O qué era esa luz extraña y pavorosa.
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