Hoy estoy tan orgullosa.
Tan orgullosa como el día en que se aprobó la Asignación Universal por Hijo, o como cuando salió la Ley de Medios, o como cuando se estatizaron las AFJP y Aerolíneas.
Me hice militante en los 90, en un contexto en el que asumirse como peronista era complicado. Porque teníamos un gobierno que había traicionado los principios de su programa electoral, y que destruía lo que el peronismo había construido. Como todos los militantes populares, busqué por donde pude y me incorporé al Frente Grande. Pero no me decía peronista. Porque todo eso que yo reivindicaba parecía un capítulo cerrado. Para mí, decir que uno era peronista era como decir que era federal, algo del pasado y sin ninguna relación efectiva con el presente.
Sin embargo, la identidad persistía. En el largo camino que fue el derrumbe del neoliberalismo y en mi tránsito por diferentes espacios políticos comprendí que parte del peronismo era su espíritu de resistir y defender banderas más allá de quiénes estuvieran en el gobierno, y que asumirme como peronista era importante para avivar esa llama. Pero seguía esperando la oportunidad de reivindicar esa identidad en las urnas.
El 27 de abril de 2003 dije "plata o mierda" y voté por Néstor Kirchner. A partir de ese día voté siempre al Frente para la Victoria. Y en estos siete años extraordinarios pude experimentar cómo era eso de estar donde uno siente que está bien hacerlo. Y uno, que se había acostumbrado a ver como se aprobaban leyes y decretos vergonzosos, a putear contra las privatizaciones y la flexibilización laboral y mil cosas más, empezó a tener la extraña costumbre de festejar.
Festejar la anulación de las leyes de impunidad, festejar la recuperación de la dignidad en las relaciones internacionales, festejar las recomposiciones salariales y las paritarias regulares, la estatización de Aerolíneas, de las AFJP, la generación de empleos, la inclusión de jubilados en el sistema previsional, la inversión creciente en educación y desarrollo científico y tecnológico.
Y el 28 de junio del año pasado creía que ya no íbamos a poder festejar más nada, y afortunadamente me equivoqué, porque a pesar de ser de Gimnasia mi presidenta cree que la mejor defensa es un buen ataque, y con ese principio actúa este gobierno.
Pude festejar la ley de Medios, pude festejar la Asignación Universal por Hijo.
Hoy puedo festejar el reconocimiento del derecho al matrimonio para todas las parejas.
Una ley que, a pesar de que algunos peronistas no lo entiendan y hayan votado en contra, está alineada en la tradición modernizadora e inclusiva del peronismo. En la sesión de ayer en el Senado muchos recordaron que el primer peronismo generó derechos sociales y el derecho al voto femenino. Pero algo que pocas veces se recuerda es que fue ese peronismo el que garantizó a las madres solteras que sus hijos ya no iban a estar en inferioridad de condiciones respecto de los que venían de familias legalmente constituidas. Es imposible no pensar en el origen extramatrimonial de Evita y en cuánto habrá significado esa legalidad para ella. Nunca más a alguien le iban a decir que "no tenía derecho" por su origen. Esa igualdad es la que hace que cantar la marcha peronista no sea nunca un acto mecánico. Porque cada palabra significa algo reconocible.
"...para que reine en el pueblo el amor y la igualdad": a partir de hoy, cantar la marchita va a tener un nuevo sentido, y por eso el peronismo está más vivo que nunca.
Miriam Socolovsky
3 comentarios:
Si me permite Socolovsky pego el enlace en twitter. Yo tambien estoy muy contenta!!! Un beso.
permitidísimo compañera Del Olmo!!!
Impecable, esas cosas me preguntaba en estos días, y a veces hay que restregarse los ojos para creer lo que estamos viviendo y construyendo. Ahora, por la separación de Iglesia y Estado, aportes patronales y el aborto!
Publicar un comentario