lunes, 21 de julio de 2008

La Lucía


A los doce años, el arte empieza a funcionar como referencia de uno mismo. Antes que la obra en sí, le prestamos atención a un párrafo de una novela, a un diálogo de una película o a una canción en la medida en que creemos nos dice algo sobre nosotros. Tal vez esta sea la diferencia fundamental entre la forma de acercarse al arte de un chico y la de un adulto: los arquetipos pierden estabilidad. Están ahí, en las obras, pero ya no estamos seguros de cuál es el bueno y cuál es el malo.
A los doce años, estaba sentada en el comedor en el que mis padres miraban "El Romance del Aniceto y la Francisca" (por la época, calculo que debía ser un sábado en "Función Privada"), cuando vi cómo el Aniceto miraba por primera vez a la Lucía. Y en esa mirada vi por primera vez a María Vaner. María Vaner era la Lucía, la morocha con la que el Aniceto engaña a la Francisca y por la que empieza a hacer estupideces que la Lucía no le pidió, como comprarle un anillo con las ganancias que le da el gallo de riña. Cuando la Francisca lo deja y el Aniceto va a buscar a la Lucía, ella lo rechaza. A diferencia de la Francisca, que tiene esa expresión de los que sufren en silencio, la Lucía es soberbia. La Lucía está cuando quiere con el que quiere y no le debe explicaciones a ningún hombre. Es posible que la Lucía sufra en silencio, pero ninguno de nosotros va a estar ahí para verla llorar. En pocas frases, con pocos gestos, María Vaner me regaló aquella noche una revelación: los grandes relatos se construyen con mujeres como esa.
En memoria de María Vaner, que murió esta tarde.

No hay comentarios: