“Lo vamo’a reventar/ lo vamo’a reventar/ el 30 de octubre lo vamo’a reventar”. La señora era gorda, de pelo corto y con zapatos de taco bajo, muy gastados. Era octubre de 1983 y mis papás me llevaban a todos los actos de campaña que había en La Pampa. No sé con exactitud cuál de todos fue este, pero el fervor de la mujer, y el de la cantidad de gente que había alrededor-infinita para lo que mis seis años recién cumplidos alcanzaban a percibir- lo instaló en mi recuerdo como un acto peronista. Así entró la democracia en mi vida: como algo que permitía que la gente se juntara en multitudes y defendiera una identidad con fervor. El 30 de octubre llegó, y mi mamá se fue a votar y volvió con un montón de boletas, para mostrarnos cómo había armado el voto. Esa sonrisa sin límites y esa voz emocionada también me hicieron pensar que la democracia hacía feliz a las personas. Qué lindo debe ser votar, pensé, y me pasé las semanas que me quedaban en el jardín de infantes jugando a las elecciones con una compañerita.
Cuando alcancé la edad para votar toda esa felicidad y ese fervor no existían: eran los ’90 y todo estaba contaminado de escepticismo. Militaba a la espera de algo que pensaba que no iba a llegar nunca, y evocaba a la gorda con algo de envidia. ¿Quién puede enfervorizarse con un discurso de lo que no se puede? ¿Quién puede votar feliz cuando siente que elige lo menos malo, o que vota entre malo 1 y malo 2? Y lo más importante de todo, ¿adónde está la democracia cuando el pueblo no aparece, no se mueve, no molesta? Así fueron mis votos hasta el 27 de abril del 2003. Sin estar muy convencida de hasta dónde podía llegar Kirchner, entré en el cuarto oscuro, agarré la boleta y pensé “Plata o mierda”. Cuando volví a casa, sentí que ese voto me iba a redimir de toda la bosta que había votado antes.
Por eso este octubre es especial. Porque el tipo que me devolvió el fervor y la alegría que había visto cuando era chica ya no está. Y me permitió que todo eso fuera mío, mío y de millones. Pero está ella, ella que me hace sentir orgullosa como nunca hubiera podido imaginar, ella que hace lo que hay que hacer, dice lo que hay que decir, y en esa praxis nos convoca. A apasionarnos, “a combatir alegremente”, a defender lo ganado y a ir por más. Porque ahora que sabemos lo que es la felicidad, ¿quién puede detenernos?
1 comentario:
Me encantó.
Publicar un comentario