martes, 26 de agosto de 2008

Viaje al centro de la Tierra


Arriba es abajo. A 4300 metros sobre el nivel del mar están las minas del Cerro Rico. Para los turistas que recorremos la mina como parte de las atracciones turísticas de Potosí, eso es estar arriba. Nos ponemos el pantalón de minero, las botas de minero y el casco de minero, con su batería y su lucecita adelante. Pero no somos mineros. Aunque por un par de horas nos agachemos para caminar (los techos son bajos) y respiremos el mismo aire polvoriento, aunque miremos desconfiados las vetas de materia tóxica que asoman en las profundidades, aunque pasemos de los 0 grados centígrados de la puerta a los 40 que nos aplastan a 250 metros de profundidad. Soportamos eso porque sabemos que se va a terminar un rato. Que pronto vamos a emerger de este socavón y nos sacaremos fotos sonriendo felices, respirando aliviadas como si bajáramos del Apolo 13.

El chico de la foto, en cambio, se va a quedar abajo. Se va a quedar con sus quince años empujando un carro con escombros o manejando las herramientas de aire comprimido con las que excavan. Cada tanto le va a dar algo de coca o cigarros o cerveza al tío de la mina, esa representación mezcla de diablo con español, para que lo deje trabajar tranquilo y no se lo lleve en un derrumbe o una silicosis. Y cuando pase un grupo de turistas como nosotras, creídas de que somos Indiana Jones porque nos arrastramos una veintena de metros por algún pasadizo estrecho, les va a sonreír amable y les va a preguntar si tienen coca o refresco para convidarle.

Antes de entrar en la mina se me dio por canturrear una canción que se escuchaba en casa cuando era chica.

Los señores de la mina

se han comprado una romana

para pesar el dinero

que toditas las semanas

le roban al pobre obrero.


En Cerro Rico ya no hay grandes empresas sino emprendimientos que llaman cooperativas. En realidad se trata de sociedades en las que una o dos personas registran la veta e incorporan trabajadores asociados y contratados. Nuestra guía nos cuenta de las dificultades del gobierno para intervenir en las condiciones de trabajo. Nuestra guía se llama Iblis y, lo descubriremos acá adentro, es Evista. Nos dice que este gobierno no es corrupto, que ayuda a la gente pobre, que invierte en educación y en carreteras, que ahora todos pueden tener una pensión. Los de Santa Cruz y las provincias ricas no quieren porque dicen que es gente que no trabajó nunca. "Pero yo trabajé toda mi vida en empresas privadas que cuando me tenían que dar un seguro me echaban. Trabajaba dos, tres años y después me echaban para no aportarme a la pensión. Ellos, los del Oriente, son racistas. No quieren ver una chola, una mujer con la pollera y el sombrero. Indios nos llaman. No quieren al indio".

Arriba es abajo. Mientras nos alejamos de la mina suena en mi cabeza el resto de la canción.

Cuando querrá el Dios del cielo

que la tortilla se vuelva.

Que la tortilla se vuelva

que los pobres coman pan

y los ricos mierda, mierda.

3 comentarios:

Ojaral dijo...

El dios de los ricos nunca va a querer semejante cosa. Y su intermediario en la argentina, don Bergoglio, menos.
Excelente crónica. Saludos

Antares dijo...

Como dijo Evo, "aquí no habrá Chapulín Colorado que nos salve, solo la conciencia del pueblo".
Saludos.

Anónimo dijo...

Antares: muy buena la crónica. recorde el poema "El niño yuntero" de Miguel Hernandez, tal vez la labor era otra pero la injusticia la misma. Da pena ver que, a pesar de los quince años del chico de la foto, la mirada es de adulto.