No encuentro dónde sentarme. La lancha que nos va a cruzar a la otra orilla está llena. Mis compañeras se acomodan en el piso. Pero yo quiero ver hacia afuera. Son las ocho de la noche y sólo distinguimos algo por las luces del embarcadero.
¿Quieres sentarte?
Cerca del motor queda un espacio. El chico me hace lugar. Me pregunta si soy argentina, asiento y él responde satisfecho: lo suponía. Es suizo, pero habla bien español, con una mezcla de acentos que resultan en una tonada caribeña. Mientras el suizo me cuenta de su vida, contemplo la noche estrellada sobre el Titicaca. Estamos navegando el lago más alto del mundo, a 3800 metros sobre el nivel del mar. El micro que nos lleva de Copacabana a La Paz cruza en otra lancha, porque en ese tramo no se puede ir por carretera. Busco la Cruz del Sur y Alfa y Beta Centaurii, que son las estrellas que miro todas las noches desde mi ventana. Las encuentro, y entonces me doy cuenta de cuánto ha cambiado mi perspectiva de allá a acá. Las sensaciones, las ideas y las imágenes de la gente que he visto se mezclan en mi cabeza. Tal vez sea la ansiedad de la víspera: mañana es domingo y se hace por fin el referéndum, el evento que nos ha decidido a a hacer este viaje. Hoy en Copacabana nos encontramos con una nena de nueve o diez años repartiendo volantes por el sí a Evo. Jessica es su nombre y cuando le pido uno me lo entrega y proclama: "¡Si no es Evo no es nadie, por el bono Juancito Pinto!". El bono Juancito Pinto es una ayuda escolar de 200 bolivianos para los chicos que cursan de 1ro a 5to grado, y fue creado con fondos provenientes de la nacionalización de hidrocarburos. Jessica como Iblis, que ahora va a poder tener una pensión, y como tantos otros bolivianos que conocimos en este viaje, está experimentando por primera vez algo que hasta ahora desconocía: la justicia social. Eso que nos resulta tan díficil de hacer entender a los socialdemócratas europeos, a los que todavía sostienen que Perón era un demagogo, a los que hablan con desprecio de los nuevos gobiernos populistas de América Latina. La justicia social lleva al pueblo a un lugar nuevo y nos deja con esa sensación indescriptible de sentir algo que nunca habíamos sentido, y que está tan lejos de la dádiva como de cualquier otra acción que subestime al que la recibe. Toda esta gente sabe lo que defiende y por qué lo defiende, y lo más importante es que sabe que tiene que defenderlo. Por eso pintan paredes, reparten volantes, organizan a los demás para que no se equivoquen al llenar la papeleta del voto y fiscalizan y lo dicen en alta voz: si no es Evo no es nadie. Porque, como decía un afiche que vi en el vidrio trasero de un taxi: